Querida, cuídate de la bestia que acecha en la penumbra, la
que está en el ruedo cada momento de angustia, quien arrebata el control de mis
sentidos, la que resguarda mis sentimientos, la que mira sin tocar. Él, sale a
defender esta osamenta, ese objeto remendado mil veces. Vivo con esa acémila
que resguarda la vergüenza y el dolor... se opone a que mi aliento sea tuyo, el
demonio de mil mascaras.
Querida, cuídate del espejo de mi pudor, allende mis
blasfemias frente a ti, mi miedo y sentimientos de culpa. Cuídate de las noches
en las que estoy solo y la desesperación se torna una quimera de paranoia, de
cuando me transformo en violencia vil, soez, querida mía, ¡Aléjate antes que
sea tarde! Huye de mi depravación, de mi degenerada humanidad, de mi deseo vacuo,
de mi dipsomanía que te posee y te arrebata. Controlarte es mi pasión.
Querida, corre ¡Corre de mis celos! Hazlo antes que mueras
atrapada por lo alguna vez fue bello... ¡vete! ¡No tengo rostro! estoy vacío...
salva tu corazón de mis garras... pues ya te he devorado las piernas para que
no corras, te he decomisado las manos para que no acaricies otro cuerpo que no
sea el mío, he robado tu rostro después de arrancarlo a golpes, no sin antes
sumergirlo en una fuente de lágrimas, así también me quede con tu cuerpo para
que en desenfrenada y licenciosa lucha apuñale tu consentimiento en hondo
egoísmo y rítmica histeria, sin amor, sin consentimiento. Es mi derecho de
propiedad.
Si aún me escuchas, querida, la pena ajena me embarga la
condescendencia, simple desdén, te informo que es tarde. Has prostituido tus
sentimientos por promesas que se diluyeron en el dilúculo. Fuiste abrazada por
cardos en busca de seda. Amarte me cuesta, pero devorarte es mi aquiescencia de
vida.
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