Hoy desperté con un súbito talegazo en la sien, con un inmundo
sabor a crudeza en la boca así mismo, con una sensación de remordimiento incrustando
sus gélidas garras en mí. La impresión fue realmente anonadante; me levante del
piso y observe la ventana que da a la calle… esperando algo, sintiendo
el devenir de lo inevitable. Como si esperase algo, como si buscara algo que ni yo mismo
entendiese.
Creo que no recuerdo la última vez que he podido cerrar los
ojos o preocuparme por lo que sucede en
el mundo; más bien diría que me sorprende que pueda ojear el periódico, ver la
televisión o escuchar la radio sin sentirme perturbado. Yo solo me pregunto: ¿Cómo
es que llegue a este punto sin percatarme siquiera? ¿Cómo ocurrió esto?
Son las seis con cinco, ella ha pasado por fin. La he observado
desde hace tanto, tan sola, con el tormentoso pesar que le envuelve el rostro
en un manto de lágrimas grises, en suspiros al viento, en susurros a la nada.
Yo estoy aquí, al filo del balcón, observando la sombra de lo que alguna vez
fue una jovial belleza embelesada por rubores de una pasión. Alguna
vez ella sintió el calor de la vida. Alguna vez ella conoció a
un joven que la amo.
Escuche alguna vez a alguien contar lo que ocurrió con la trágica pareja. Una noche, la puerta del departamento en donde vivían se azoto, se oyeron pasos presurosos hacia el corredor. Era ella, que se marchaba hastiada, finalmente salía con maletas en mano y lágrimas en los ojos; la esperanza de que ese imbécil necio cambiase algún día, se había esfumado. Ahora solo le quedaba un poco de dignidad que salvar. A los pocos días, se veían luces rojas y azules, se escuchaba el sonido estridente de las sirenas de paramédicos y policías, así como una morbosa muchedumbre que rodeaban un inerte cuerpo que había caído cinco pisos hasta el rígido, negro asfalto… ahora colorido por un brillante carmín.
Sin embargo, hoy me he decidido a hablarle, hacerle saber
que no está sola, que quisiera compartir su dolor. Que jamás dejaría que le pasara otra
tragedia parecida. Al fin ella pasa por esta calle, mirando para todos
lados, al borde de un colapso nervioso, como intentando escapar de algo. Me aproximo a ella pero, entonces la veo
correr. Le grito pero, ella voltea con una paroxística mirada, apresurando aún más el paso; Se va gimoteando,
gritando, se tapa los oídos. Por más que corro, siento que no la puedo alcanzar. Ella se aleja cada vez más.
Otra vez, no le he podido hablar. Otra madrugada en vano esperándola.
La ausencia, el vació que me rodea, es inaguantable. No me queda más remedio que mirar por la desolada ventana en lo alto de este derruido edificio para sopesar otro día mas. Hoy, el fracaso de acercarme a la mujer que admiro en secreto, me hace percatarme de una ominosa revelación. Al fin caigo en cuenta del porqué de mi miseria. Es algo horrible, algo profano que yace tirado en el suelo de la habitación: es una fotografía de ella, abrazada a su prometido… Es una fotografía de mí abrazándola.
La ausencia, el vació que me rodea, es inaguantable. No me queda más remedio que mirar por la desolada ventana en lo alto de este derruido edificio para sopesar otro día mas. Hoy, el fracaso de acercarme a la mujer que admiro en secreto, me hace percatarme de una ominosa revelación. Al fin caigo en cuenta del porqué de mi miseria. Es algo horrible, algo profano que yace tirado en el suelo de la habitación: es una fotografía de ella, abrazada a su prometido… Es una fotografía de mí abrazándola.
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